Supongo
que mi madre fue inmensamente feliz la noche de bodas al descubrir en mi padre
una selva virgen para ella sola. El problema lo tengo yo, porque por desgracia
para mí he heredado lo que más amaba mi madre en mi padre. A ella le encantaba
que sus dedos se perdiesen en aquella selva inhóspita y bien poblada; pero para
mí, es como si King Kong me hubiese poseído a traición, sin olvidar que a
Marina no le gusta para nada el vello corporal. No me lo dice, pero puedo leer
en sus ojos que ella hubiese deseado a un nadador, aparte de lo obvio: un
cuerpo esculpido a base de piscinas y gimnasio, lo que era tanto como decir que
mi mujer en sus sueños húmedos anhelaba a un Adonis perfecto, y que cuando
echaba mano a mi pecho, sentía como si el eslabón perdido estuviese invadiendo
su espacio vital y sus sueños. Algo que me mortifica, porque siento cómo sus
dedos finos del color del coral, se baten en retirada como un ejército que se
sabe vencido. Así me siento yo vencido y maldigo mentalmente a mi padre, ese
oso prehistórico que me traspasó su carga genética sin pensar en las
consecuencias, o a lo mejor él pensó de una forma más que arrebatada que todas
las mujeres sería como mi madre, amantes de hombres con pelo en pecho, que más
que hombres comunes, abandonaban la normalidad de la especie para introducirse
de cuerpo entero en un mar de sargazos animales.
En
esas me encontraba yo, con una mujer que odiaba el vello más que las
incipientes arrugas que intentaba, sin conseguirlo, disimularlas con cremas que
me costaba un riñón y medio. Estaba claro que hacerse viejo era algo malo, pero
nada se podía comparar a ser el hijo del Yeti. En el trabajo los compañeros se
reían a mis espaldas, las compañeras, fantaseaban con hacerme trenzas en la
espalda y el pecho; algo que no me desagradaba aunque esté mal decirlo. Al
menos alguna mujer me tocaría como yo deseaba. Porque últimamente sólo tenía un
sueño recurrente: me veía en una peluquería y a un ejército de peluqueras con
minifaldas haciéndome peinados imposibles. Sé que esto no puede seguir así,
deseo decírselo a Marina, pero cada vez que lo intento un maldito ladrido es
todo lo que puedo articular.
Tendré
que buscar la forma de que este pelo de rastrafari lanudo desaparezca para que
Marina me adore otra vez.
Lástima de hombre. Alguien debería decirle que existe la depilación láser integral ;).
ResponderEliminarUn saludo.
TRAFFIC-CLUB
Mi Etéreo Mausoleo
King Kong, una figura mítica del cine.
ResponderEliminarTRAFFIC CLUB, Fútbol y Tenis, más que un juego