sábado, 14 de septiembre de 2013

EL DETECTIVE Y LA SOMBRA






Os dejo un fragmento de mi nueva novela El detective y la sombra.


A veces, por desgracia más de las que me gustaba admitir, me tocaba dejarme caer por el videoclub, entrar en la sección de adultos, pasear la vista con ojos de lobo feroz y agarrar una de las mil películas expuestas como caramelos para niños malotes. Normalmente agarraba la que tenía la portada más guarra, eso es tanto como decir que elegía la película no por su contenido educativo, algo que ya conocía, sino por el ganado que llenaba hasta el último recoveco de la portada con carne turgente y deseable. Con mi previo bajo el brazo, salía de la sala con sus puertas al estilo tasca del oeste, y me paseaba diez o quince minutos, dependiendo de la culpabilidad o lo necesitado que estaba de soportar miradas inquisitoriales de la dependienta. Después de mi periodo de cuarentena, me acercaba a la sección infantil, cogía la última de Disney y me dirigía con paso firme al mostrador, donde la ridícula dependienta, miraría las películas, me miraría a mí y se taparía el exiguo escote, pensando de mí lo peor, porque ningún otro pervertido cogía a la vez una película de dibujos y una porno, para aquella pazguata la cosa no funcionaba así: o eras un pervertido o un amante de los niños, pero las dos cosas a la vez imposible.
Pagué las películas y le dediqué una sonrisa que sólo la saco en los momentos más jodido, como cuando atropellé a una anciana con la Poderosa y me di a la fuga, lo último que vio de mí, a parte del casco de la hormiga Atómica, fue una mueca sublime. Pues lo mismo le pasó a la dependienta del videoclub; mañana será otro día me dije mientras la puerta me daba en el culo.
Una vez en casa, inicie el ritual de cine para adultos: metí el Dvd en el reproductor, ya que era la única cosa que conseguiría meter aquella tarde-noche, encendí el televisor y una vez preparado los avituallamientos, por nada del mundo quería que me diese una maldita pájara en medio de una escena excitante. Canté mentalmente la lista: paquete de pañuelos, una cervecita para hidratarse, tres pitillos para los momentos más salvajes, normalmente, son esos en los que la actriz hace unas contorsiones y el macho alfa eyacula como si fuese una fuente sobre su cara y su boca. En esos momentos es cuando tengo una envidia malsana por los negros y sus miembros colosales, pero eso es otra historia.


Con todo preparado, me acomodo en el sofá y le doy al play en cámara lenta, me gusta regodearme, dejar que los gemidos me golpeen los oídos y me quiebren la poca autoestima que aún me queda. Superada las emociones de mirón casero, empiezo a perder fuelle, sin saber la razón. La película me pone, lo siento en la entrepierna, como va pasando de un estado típico de un gusano infecto al de una anaconda amazónica, pero algo me jode la concentración. Una de esas pregustas tontas, de esas que si das la respuesta correcta aparece una sueca con unos senos descomunales y sin que tú le digas nada, abre la boca y se cierne sobre tu miembro  eréctil como si tuviese un agudo complejo de ventosa, cosa que tu agradeces porque que te hagan una buena mamada tiene su mérito en los días que corren. Pero como no quiero romperme los sesos y sí machacarme un rato el manubrio, intento sin mucho convencimiento concentrarme en la televisión y en las evoluciones gimnásticas y en las dichas a salivazo limpio que los fornicadores se suministran sin miedo, porque está claro que para ellos el Pisuerga no se seca. Sin embargo, no puedo cejar en el intento de ganarme la mamada de la sueca escultural, así que me digo escuchando en sordina una sinfonía de gemidos y quejidos que me atormentan a la vez que me atontan los sentidos. ¿Por qué cojones las actrices porno parece que están todo el santo día en la consulta del médico con la lengua fuera gritando como posesas: ¡ahhh!, o en su defecto un ¡ohhh! de lo más profesional? Y yo qué sé, me digo con la mano en el miembros y la mirada clavada en una rubia espectacular que tiene un par de pechos en los que podrían jugar al fútbol dos equipos de alevines. Pero mi alegría se desvanece pronto, porque una observación de lo más ridícula e intrascendente me golpea en la nuca. ¿Pero quién gime así? Si las tías parece que tienen el Dolby Sorrond de serie, y lo que es peor, además de patético es algo antinatural, ni que María Calas les hubiese enseñado canto, joder. No lo aguanto más, apago el DVD y me dirijo al cuarto de baño como un misil. Necesito una ducha o dos frías para quitarme el calentón y, sobre todo, para calmar los nervios. Sólo tengo un deseo, que Corina pueda pasarse esta noche y que hagamos lo que mejor sabemos hacer: follar.

4 comentarios:

  1. Me ha encantado la crudeza con la que vas narrando los acontecimientos y cómo se deja ver un humor ácido en cada palabra. Incita a leer hasta el final. Muy bueno.

    Te invito a pasar por mi blog, en el que tratamos unos cuantos temas.

    TRAFFIC-CLUB
    http://www.mietereomausoleo.blogspot.com.es/

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  2. Me gusta el estilo, saludos de Traffic-Club y el Talco Negro.

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  3. Buena novela,seguiremos pendiente de tus avances.
    TRAFFIC CLUB, Fútbol y Tenis, más que un juego

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