lunes, 14 de abril de 2014

SUENA LA CAMPANA



A veces me siento como el boxeador, que con el último gancho al mentón, busca aire donde no lo hay; porque los pulmones no reaccionan y el corazón bombea más lento de lo que realmente necesitas. Cuando esto pasa, normalmente, me refugio en ese mundo de tinieblas donde las sombras son tus amigas y tus consejeras. Y es cuando pienso en el viejo Poe en su destartalado cuarto esperando la visita de su fiel compañero de infortunio: el cuervo que picotea con insidia el cristal de la ventana para poder entrar. Un compañero que a todos nos persigue, incluso a los que tienen la guardia alta.
No importa que seas un gran púgil, porque, lamentablemente, siempre te encontrarás con alguien mucho mejor que tú, que leerá en ti algún defecto en tu guardia perfecta (según tú) y que aprovechará para noquearte de un certero golpe que aparecerá de la nada. Y será en esos momentos, que buscas con desesperación llenar los pulmones porque no deseas por nada del mundo besar la lona, cuando debes estar más tranquilo; porque en tu fuero interno te engañas diciéndote que sólo ha sido un golpe de suerte, sólo eso, porque tu combate continúa y tu adversario te sigue estudiándote con malicia, con hambre de ti.

En esos instantes de duda, cuando todo lo aprendido te sugiere, incluso te suplica que te retires, es cuando debes seguir luchando hasta que escuches la campana y con su dulce sonido metálico podrás regresar maltrecho a tu rincón y lamerte las heridas hasta el siguiente round en el que te dejarás la piel, no porque debas, ni siquiera porque sea lo que tus músculos te pidan, simplemente lo harás porque es ya tu inercia, tu forma de ser, tu pájaro de mal agüero. 

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