martes, 21 de enero de 2014

DESMONTANDO LA REALIDAD






Día uno:

Hoy empiezo mi diario personal, ¿qué saldrá de esto?, me pregunto aunque en realidad me importa una puta mierda; vaya lenguaje, empezamos bien. No entiendo, por qué me cuesta o mejor dicho, nos cuesta hablar mejor. Ya lo decía mi madre: “Hablar bien no cuesta nada”; bueno mamá, no te costará nada a ti, que eres una reprimida, a mí, hablar bien, me cuesta tanto como ponerme unos pantalones dos tallas más pequeño; me los pongo, claro, pero luego necesito una bombona de oxígeno para poder respirar, así que, pienso, qué cojones importa como hable, si al final seguro que nadie leerá esto. 
Pero a lo que iba, os estaba hablando, bueno, me estaba hablando, pero suena mejor eso de decir: “os estaba hablando”, suena mucho menos cretino por mi parte, o al menos eso me parece, porque esto de escribir un diario personal seguro que es una pérdida de tiempo, y cuando lo vea en el cajón me cagaré en él, por haber escrito lo que se supone que sólo debía pensar, esas cosas que sólo se hablan en la mente, sí, ya sabéis, eso que sólo sabe vuestra voz en off que pone a parir a todo el mundo; sí, ya sé que me diréis: “no hermano, yo no tengo esa voz en mi cabecita que está todo el día jodiendo, poniéndote a parir a ti, a tu mujer, a tu marido, a tus hijos, a la madre que te parió…”, Si creéis eso, estáis peor de lo que pensaba, porque os diré un secretito: ¡MENTIRA MAMONES! Porque es algo que hacemos TODOS nosotros, y cuando digo TODOS es todos, los buenos, los malos, los regulares, los malísimos…, todos tenemos esa maldita voz en off que nos taladra, que nos jode el cerebro, sí, la misma que cuando una tía gorda, con toda su humanidad sudorosa se sienta en el asiento de alado del autobús, porque es el único libre que queda, y vosotros, rezáis para que la voluminosa señora salga despedida por la luna del autobús, porque seguro que sería muchísimo menos doloroso que sentir ese sudor acre pegándose en vuestra piel, ¡joder!, pensaréis: “la madre que la parió, menuda foca, la hostia, me levantaría y yo mismo/a la sacaría a patadas del autobús”. Algo que nadie hace, claro, porque qué seríamos entonces, ya sé la respuesta, tampoco se necesita un máster en empresariales para saber que la gente os miraría como si fueseis apestados, pero claro, como ellos van cómodamente sentados sin soportar los sudores ni los efluvios de una ninfa semejante. Entonces os toca, sacar la socorrida vocecita, y ponerla a parir a ella, y a toda la generación, al ayuntamiento, a la ciudad y a la madre que os parió por no haberos dado más talento para poder ganar más dinero para comprar un coche, o al menos, lo necesario como para poder ir en una moto. Pero esa es otra historia y yo ahora os estaba hablando de mi diario personal. 
Como suelen recomendar los que llevan un diario personal, cosa que como digo, es la primera vez que intento, así que, tampoco esperéis maravillas de este… Bueno, bueno, que me vuelvo a perder, ¡Dios!, las digresiones son mi pan de cada día. ¿Qué haría yo sin ellas?, supongo que aburrirme mucho. Retomando nuevamente el hilo de mi argumentación, aunque sería mucho más sencillo si fuese el del Ariadna, porque entonces, yo sería un héroe mítico, un Teseo moderno, lleno de contradicciones, problemas con la hipoteca, la mujer, el jefe, la familia… y una lista casi interminable de obligaciones, y ningún derecho, y no el pobre escritorzuelo de medio pelo que soy en realidad. Pero me encantaría de verdad ser un Prometeo moderno, un Hércules majestuoso, al que no tuviera miedo a nada, y todo le diera risa, y no lo que me sucede en realidad, donde todo me da miedo y nada me da risa; ni las películas de Woody Allen me hacen ya gracia, no sé si será por mí, o porque el genio neoyorkino ha ido perdido la chispa por el camino o la mujer, esa jovencita trasnochada lo ha ido secando gota a gota con sus cánticos de sirena. Ni idea, pero la verdad, cada vez me gusta menos, aunque a veces, parece que aún recupera la grandeza del Fénix, y como dice el refrán: “Donde hubo fuego, aún quedan cenizas”, pues en el caso del viejo Woody, le pasa algo así. Espero que Woody Allen me permita la licencia o mejor dicho, la confianza, de llamarlo viejo; claro que tampoco lo he llamado vejete, carcamal, o cualquier otro apelativo menos cariñoso, que por otra parte lo es, quiero decir, que el hombre parece un matusalén con gafas, y eso si que no me lo va a discutir nadie, o ¿sí? 
Pero a lo que iba, yo os estaba hablando de mi diario, bueno, digo “os”, por decir algo, porque se supone que esto me lo estoy contando a mí, pero como a veces, hay cosas que ni siquiera te gusta contarte a ti mismo, porque te parecen un peñazo, pues haré caso a los que saben de esto de los diarios personales y le pondré un nombre, así le hablaré a él, o sea, al diario personalizado por un nombre estupendo, alguien que admire o algo así, y no a “vosotros” que no sé si me leeréis alguna vez, porque tal y como están las cosas, creo que antes me muero de artritis que alguien que no sea yo lea este diario de pacotilla que estoy escribiendo por dos razones fundamentales; la primera, porque me da la gana, obvio, porque nadie me está obligando a escribir este rollazo insoportable, la segunda, porque estoy bloqueado, no sé qué escribir, tengo eso que llaman los sesudos, los santones de la escritura: un bloqueo, aunque a mí me gusta mucho más el término ciclístico; tengo una pájara de padre y señor mío. Algo impresionante, me pongo delante del escritorio, pienso, pienso y pienso, pienso tanto que parezco ya el pensador de Rodin, aunque yo no me pongo en una postura tan cojonuda, ni estoy desnudo. Por lo demás, me pongo delante de la pantalla del ordenador y la miro como un idiota, como si me fuera la vida en ello, cosa que así es, porque yo me gano la vida con esto de las palabras; sacando, escarbando, rebuscando, o como yo digo, cuando tengo dos copazos de más, espeleología del alma humana, ya que, creo, por no decir, aseguro, que los animales la tienen también; al menos eso pienso cuando miro a mi tortuga caimán Atila y abre esa bocota que tiene que parece decirme: “Capullo tienes suerte de no estar cerca de mis mandíbulas, y más suerte de no ser pez, que si no, ni la contabas, mamarracho”. Por eso, cada vez que le cambio el agua, porque Dios mío, cualquiera se acerca a la susodicha sin pedirle permiso a las fosas nasales y a lo que pueda encontrarse por allí, que seguro, que si pudiesen estar en otra parte lo estaban, de eso doy fe; porque yo lo aguando porque no tengo más remedio, y como digo, en esos momentos que pienso, la tiro por el retrete, algo imposible, porque lo de Atila, no le viene dado por lo diminuta, aunque alguien lo haya podido pensar, porque este tipo de tortuga acuática puede llegar al metro de largo y a los 90 kilos, vaya un animalito de Dios al cual menos no acercarse mucho, lo digo, porque su mordida es una de las más poderosas del reino animal y, claro, no creo que a nadie le haga mucha gracia, verse la mano, y luego decirse, ¡joder, dónde está mi mano!, pues te lo diré yo, amigo. Tu mano la tiene mi mascota dentro de su caparazón, sí, no te asustes, que al menos ha servido para algo más que darte pajas y esas cosas, algo que ya abusabas, porque está muy bien esos de ser onanista, pero hasta cierto punto, ¿no? Y hablando de onanismo, el mío es propio de los políticos, soy lo mismo que ellos, hablo, hablo, bueno, en mi caso, escribo, escribo; aunque esto no se puede decir que sea escribir, escribir lo que hacía antes, con lo que me ganaba el pan, ahora, emborrono páginas, garabateo algunos pensamientos, la mayoría ridículos, pero siempre sin llegar a lo obsceno, porque eso, lo guardo para mi señora y para mí. Me encantan esas conversaciones en la cama, cuando tenemos un libro de Henry Miller y le leo pasajes, en los que Miller bate los records propio de Ewin Moses, ese negrazo con cuerpo de dios de ébano, que ¡quien lo pillase!, pensarán muchas señoras con añoranzas de tener a un Tom para ellas solas; sin embargo, a mí, la naturaleza tampoco me ha tratado tan mal ni tan bien, claro, no soy Miller, pero tampoco puedo quejarme, porque entre nosotros, o entre este diario y yo, que viene a ser lo mismo; Miller es más que un poquito fanfarrón, mucha literatura, mucha bebida y mucha hambre, me parece a mí. De lo demás, de las mujeres que se tiraba, ni olerlas, seguro que en esos viajes alcohólicos, donde uno empieza y termina siempre en el mismo lugar: vomitando en alguna esquina, llorando la pérdida de algún amor y con la calentura mordiéndote la entrepierna. Cosa, que le pasaba demasiado al cachondón de Miller; aunque yo de ese tipo conozco a muchos, a demasiados diría yo, vas andando por la calle y miras a la gente y solo ves una cosa tatuada en sus caras: REPRIMIDOS. Así que, qué podemos pedirle al viejo Miller, tampoco importa demasiado que el pobre hombre se pusiese caliente fantaseando un poco mientras una puta le hacía un trabajito. 
Hablando de otras cosas; casi me olvido de algo importante, no “os” he contado, o no me he dicho cómo voy a llamar a mi diario personal; los que saben de esto y llevan media vida escribiendo diarios, como por ejemplo Virginia Woolf que escribió uno, León Tolstói, Susan Sontag, entre otros muchos escritoras/es… que han escrito un diario personal, y como no, el mío, que aunque no tenga tanta envergadura ni peso, tengo la santísima paciencia y devoción de escribirlo, porque sí, porque quiero, o porque no tengo más remedio que escribirlo, porque ahora que las horas son eternas y las ideas literarias no vienen, puedo salir al balcón y mirar la fauna humana que me rodea y criticarla a gusto, como a mí me gusta, como siempre he hecho, o al menos, he pretendido; porque si no, para qué queremos a los escritores. Seguro que mucha gente me dirá, para que nos alimenten el alma, “¡Paparruchas!”, como diría el señor Ebenezer Scrooge. Tonterías como digo yo, que soy algo más castizo que este personaje de Dickens. Vaya, ya me he vuelto a enrollar otra vez como la sandalia de un romano, recapitulando, o mejor, utilizando el argot futbolístico, que tanto nos gusta en este país nuestro, utilizando la moviola, es decir, volviendo a repetir la jugada, para que a todos, incluso a ese inútil que es el árbitro le quede muy clarito que sí, ¡joder!, que era penalti, que sólo un ciego como él que no ve ni a un elefante en el ojo de Messi, no lo ha visto. Ya estamos otra vez igual, al final, seguro que explico el partido de la Copa del Rey, la ida y la vuelta, pero no digo ni una sola palabra de lo que realmente es importante, el nombre que le he puesto a mi diario, el hombre imaginario al que confesaré todos los trapos sucios de una mente sucia, muy sucia, como no puede ser de otra forma, porque todas las mentes, queramos admitirlo o no, son sucias, aunque no creo que nadie lo admita, pero cada cual con su cruz, yo la mía la llevo bien alta, o al menos, eso es lo que intento demostrar con estas líneas que están a caballo entre diario personal, novela social-filosófica, ensayo de bolsillo, y canto de cantares, porque la religión siempre tiene que estar en alguna parte. ¡Dios!, no sé por qué soy tan plomo, la verdad sea dicha, ahora lo diré, porque ya me vale, soy pesadito como yo solo, y me repito un poquito menos que el ajo. Bueno, ahí va, el nombre de mi diario será Bob. Bob, sí, las razones, para mí son obvias, como no, si yo le he puesto el nombre, la verdad es que mi madre se quedó descansando cuando me parió, lo tengo claro, pero para los que no lo tengan tan claro, porque no comparten la preclaridad de mi inmensa inteligencia; qué puedo decir, es mi diario, y no tengo abuela, así que, como sé que nadie me va a decir: “¡Dios, eres genial, que bien escribes…!”, pues me lo digo yo, que tampoco está nada mal subirse un poco la autoestima. Ahora procederé, como si fuese a matar a un verraco de 650 kilos, a la explicación de ese nombre tan cansino, anodino, si lo preferís, pero la verdad, por nada del mundo le pondría “Joaquín”, porque aunque Sabina tiene alguna canción que otra que puedo soportar siempre que he tomado como él, unos cuantos whiskies de más y sin hielo, porque el agua para los peces o las ranas, para nosotros solo, como los hombrecitos, creo que en lo más profundo de nuestras almas, tenemos esa espinita clavada de no haber vivido en el Ford West y haber disparado contra algo, o alguien, no sé; a mí al menos me corroe esa envidia mal sana. Aún recuerdo cuando era pequeño y veía los duelos de esos tipos duros, tan duros que cuando miraban al aire se detenía, yo me imaginaba ser uno de ellos, y no un crío con sandalias y pantalones cortos… cosa que odiaba a muerte, tanto como los buenos a los malos, los indios al séptimo de caballería; así odiaba yo mis pantalones cortos y mis sandalias. Por eso, no le he puesto “Joaquín”, y sí “Bob”, lo llamo Bob, por “Bob Dylan”; ese poeta urbano, cantamañanas trasnochado con pinta de gorrión y voz de alcohólico a tiempo total. Un tipo que se ha ganado el amor y el odio a partes iguales, el deseo y la repugnancia por lo que es, por que lo fue y por lo que aún le queda; porque el poeta de las masas sin voz, todavía le queda algo de cuerda, o tal vez mucha cuerda; lo de estar casi conservado en alcohol tiene sus ventajas, ¿no? Como no podéis contestarme ni vosotros ni Bob, yo me respondo: Sí.
Cambiando de tercio, término muy taurino, aunque no me gusta nada eso de los toros, me encanta las tonterías que pueden hablar esos idiotas que salen en la tele y narran las grandezas que hace un notarrón con mallas, zapatitos de ballet y el paquete bien marcado, porque es la única forma que tienen de sentirse poderosos. Algunos me diréis: “eres un imbécil”, puede ser, pero yo no le veo ningún mérito hacer “arte” con un animal que ya lo han dejado medio muerto, porque lo que nadie me va a discutir y si lo hace, será porque una de dos, o le faltan luces, o se le han fundido las que le quedaban. Como decía, nadie me va a discutir que no es una mamarrachada que un tío se ponga a torrear a un animal que está casi muerto, ¿por qué no le dan a él?, quiero decir, al “maestro” una paliza y lo tiran al medio del ruedo con el toro entero, con lo de “entero” quiero decir sin picar, a ver qué hace el “maestro”, seguro que el valor que tanto dicen tener, cosa que no lo dudo, porque yo no lo haría ni queriendo, eso de ponerme delante de un animal y ponerme a hacer el mono con un trapito; pero como dice mi mujer, para gustos, los colores. Creo, no, afirmo que en mi arcoíris personal no existen colores que apoyen esa barbarie, aunque comprenda que hayan muchas personas que se pongan cachondos viendo ese espectáculo, es lo más cercano que aún nos queda del circo romano y de los gladiadores; cuando la vida de los hombres valía tanto como un puñado de sal, incluso menos. Y cambiando de tema, me gustaría contaros a vosotros y a Bob, algo que me corroe, bueno, no sé si llega a tanto pero sí me jode lo suficiente como para escribirlo aquí. Me gustaría hablaros de mi vecino Roberto. No sé si el hijo de su madre se llamará así, pero me da lo mismo, para lo que lo quiero se podría llamar: Vicente, Juan, Andrés Casimiro o Papá Noel; lo mismo sería, porque lo que me apetece es darle una soberana paliza a ese paleto de mierda. Cuando tengo la desgracia de verlo en su balcón canturreando la última canción Pop de la radio y bebiendo su cerveza me dan ganas de matarlo a hostias. Es entonces cuando me alucino ser un detective de esos de las películas clásicas norteamericanas donde los actores sabían lo que hacían y los guiones eran música para los oídos, no las mierdas que tenemos que soportar, que ahora no sabes dónde mirar, si a la pantalla o al suelo, pero con lo que te cuesta una maldita entrada como para no mirar a la pantallita de los cojones, qué otra te queda, aunque te den ganas de saltar las tres butacas que te separan del acomodador y darle dos patadas en las partes blandas antes de arrancarle de su cartera el importe de tu entrada. Eso me parece el cine actual, una porquería que tenemos que soportar, aunque como todo en la vida existan excepciones que cuando las encontramos en la cartelera nos hacen carcajearnos porque nos decimos que aún existe Dios. A lo que iba, me encantaría tener a Roberto, Robert para los amigos, tenerlo en una habitación insonorizada y poder reventarlo a hostias. Sería un placer incontenible, indescriptible, inclasificable, en otras palabras, todos los “in…” del mundo. Ya me imagino entrando por la puerta, quitándome la chaqueta, sacando el paquete de tabaco, dejándolo en la mesa. Una mesa de esas del IKEA: blanca, con patas de metal y enganchada al suelo para que ningún imbécil como el que tengo delante, si lo esposamos a una de las patas pueda escapar. 
Me lo imagino ahí, sentado, ese pedazo de mierda de 1.87, flaco como un palo, estúpido como él solo, con su piel de metrosexual cuidada hasta el paroxismo, y yo con mi barba de dos semanas, demasiado perro para comprar cuchillas, demasiado cansado de afeitarme y cortarme como para hacerlo; además, qué cojones me importa a mí cómo me pueda ver este hijo de la gran puta. Estos mierdas siempre tienen unas madres estupendas, de esas que si las presentas a un premio, ganan. Así son las cosas, mientras que yo tengo una madre que en realidad me parece más una Ogra que una madre sacada de un cuento de hadas. Pero qué le vamos hacer, las cosas no pueden ser siempre como las queremos, ¿o sí? No lo creo, pero como dice la canción: “Nunca llueve a gusto de todos”. Sin embargo, a lo que íbamos, estaba en la sala, poniendo el paquete de tabaco de forma chulesca sobre la mesa, sacando un cigarrillo del paquete, encendiéndolo con mi zippo, dejándolo un rato para molar, ya sabes, como decir: “qué pasa mamonazo de mierda…” Dos caladas y lo que siempre funciona o lo que me apetece hacerle a este hijo de mil putas: tirarle el humo a los ojos, seguro que eso le jode un rato largo, y si no fuma, le doy una leche con la mano abierta para iniciar el precalentamiento. De allí no sale sin una rifa de hostias… Me vuelvo a mi asiento y me reclino hasta el punto que parece que voy a frenar con el cogote una caída más que clara; aunque me importa una puta mierda. 
Un ligero crujido de dedos, cagarme en la hostia puta con todas mis ganas y ya estoy listo. El cigarrillo se lo apago en la mano; después le doy una patada en los huevos, aunque mejor le meto un taconazo para que le joda más. Para qué cojones quiere ese mierda unas pelotas, si lo que tendría que hacerle es caparlo, el semen de este miserable sólo debe tener una meta: dejar preñada a una puñetera foca. Me carcajeo y comienzo con las hostias, le doy por que sí, porque me cae como el culo, y porque con esa cara de mierda no se le puede hacer otra cosa, además, para qué tener una cara de pánfilo si no es para que te la partan de una puta vez. Cuando termino con él, no le quedan ganas ni de pensar, seguro que sus lecciones de tricotar, de decirle a su mujer lo bueno que es, lo mucho que debe amarlo…, se le quitan; aunque lo mejor de todo es que yo le he dado la de Cristo y me siendo de puta madre, sin necesidad de disfrazarme del zorro y de esperarlo en la esquina de la calle X; para darle lo que no está escrito; gilipolleces. Lo mejor que se le puede hacer a tipos como este es darles bien dado, reventarles la boca, los huevos y lo que se ponga por delante de tu pie, de tu mano, o de tu puño. Sangre es lo único que quiero ver en su cara de estúpido, sangre es lo que quiero ver en sus pantalones y camisas de marca, en una palabra: sangre es lo que quiero ver en todo ese cabrón de mierda; que incluso Cristo le envidiaría. [...]

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